jueves, 17 de septiembre de 2009

AKI RA, EL NIÑO SOLDADO. DE QUITAR VIDAS A SALVARLAS.

Aki Ra no tiene nombre, su apodo se lo puso un periodista japonés cuando con 9 años sostenía un Ak-47 más alto que él con el que jugaba a disparar a ciervos y vietnamitas. Fue un niño soldado que trabajó para 4 ejércitos distintos, colocando minas y luchando con sus menudas y esclavas manos. Aki Ra recapacitó con la madurez que da la adolescencia en Camboya para deshacer el camino minado. Ya lleva más de 50.000 minas desactivadas con sus propias manos, alguna de ellas las mismas que sembró durante la insensatez de su pueril servidumbre.




En la década de los 80, con tan sólo 8 años, fue reclutado por los Jemeres Rojos para alimentar la ignominia del Genocidio Camboyano. Los niños eran arrebatados del lazo paterno no con palabras sino con balas. Sus padres fueron asesinados por hacer contrabando de alimentos para los más necesitados. Mientras los ’soldaditos’ de Pol Pot (1975-1979) ejercían de tutores forzosos para con los huérfanos más desarrollados físicamente, incorporándolos a la disciplina militar como si de la escuela se tratara.
Para Aki-ra todo era una especie de juego. Un juego que ganaba sólo el que sobrevivía. Y él era bueno, muy bueno. Los años le hicieron especialista en la guerra asimétrica y de guerrillas, instruido en todo tipo de armas de asalto y explosivos antipersonas.
” [...] Recuerdo cuando preparábamos la comida-trampa. Una olla gigante de sopa con sabrosa carne y verduras que abandonábamos humeante en los campamentos desolados. Los vietnamitas pronto la encontraban y daban cuenta de ella. Nadie sabía que habíamos llenado la olla de veneno extraído de un árbol de la selva. Cuando enfermaban los asaltábamos y los ejecutábamos fríamente [...] ” Esta era mi vida entonces, dice Aki Ra.

En su infancia no conoció ciudad alguna. Atrapado por la actividad paramilitar y para evitar emboscadas, siempre vivió -asilvestrado- en la selva, lejos de la ciudad más cercana; Siem Reap. Tampoco conocía el miedo:

” [...] viendo personas y familiares mutilados y asesinados desde los cinco años te hace perder la capacidad de apreciar el miedo [..] sólo conocía tanques y otros vehículos militares. La primera vez que vi una carretera asfaltada pensaba que era el camino hacia la puerta de una especie de utopía o paraíso [...] ”



Durante 10 años estuvo colocando minas por todo el país, siendo muy demandado en todos los frentes. Primero trabajó para los mismos que asesinaron a sus padres, los Jemeres Rojos; en la segunda década de los 80 para el ejército vietnamita y más tarde (1989) para el de Camboya hasta la llegada del arbitraje de la ONU. Fueron estos quién, en una breve instrucción para alertar sobre el peligro de las minas, encendieron la llama del arrepentimiento por todo el peligro ’sembrado’ durante tantos años.

Poco a poco él sólo fue desactivando las primeras bombas con la experiencia que le daba conocer los secretos y haber ‘diseminado’ durante una década todo tipo de material explosivo pero obviando la parafernalia occidental para la manipulación de artefactos. Una llave y una pequeña navaja eran -y son- todas sus herramientas. Al fin y al cabo sus recursos no daban -dan- para satisfacer el costo occidental de una sola desactivación de ‘protocolo’, unos 500€; frente a los 5€ que cuesta su fabricación.

Al terminar la guerra y al retirarse el ejército vietnamita se asentó en lo que hoy es su casa y el mayor museo de minas de toda Asia, allá por entonces un campo de minas por el que nadie sin valor y conocimiento se adentraba. Situado muy cerca del famoso templo“Banteay Srey” y aislado en medio de la selva, se ha convertido hoy en un importante lugar de peregrinación de cientos de turistas curiosos, donantes y adeptos a su causa antibélica.

Precisamente su desidia y falta de planificación en su modus operandi le han traído innumerables problemas que sobrelleva impávido ante la admiración creciente de todo un país, conmovido por el altruismo ‘karmático’ de su penitencia. El gobierno camboyano le acusó de no cuidar el museo convenientemente, exponiendo material peligroso al público e imputándole, incluso, con un delito de posesión de “mercado ilegal de armas de guerra“. El museo fue cerrado durante una temporada y Aki Ra convenientemente encarcelado. Curiosiamente las autoridades confiscaron todo su material para abrir un museo ‘oficial’ y paralelo en la misma ciudad de Siem Reap.
cuantasminas¿Cuántas artefactos puedes ver aquí?
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Pasado un tiempo la suerte de Aki Ra se alió con su destino. Un fotorreportero canadiense ,Richard Fitoussi; impresionado por su labor altruista se animó a formalizar el único mecanismo posible para la supervivencia del museo: gestionarlo a través de una ONG. Actualmente el museo también está centrado en la educación de sus vecinos en la sensibilización sobre las minas, la seguridad y primeros auxilios y es hogar de veinte niños mutilados y que Aki Ra ha ido adoptando durante su larga ‘expiación’.

Aki Ra es capaz de acabar en pocos segundos con una pequeña mina de color (diseñadas cruelmente con colores vivos para así atraer la atención de niños ) o con un gran artefacto antitanque provisto de hasta seis kilos de TNT. El trabajo no consiste en desactivar sólo el detonador, sino en deshacerse de la carga con explosiones controladas a distancia.
Según sus estimaciones ya no quedan minas terrestres en un radio de 50 kilómetros entorno a su museo. Pero esto es solo el principio. Hay más de dos millones de artefactos diseminados todavía por todo Camboya y sus pesadillas no terminarán mientras algún niño pueda pisar una de ellas.

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