lunes, 26 de octubre de 2009

EL PADRE PATERA, UN CRISTIANO COHERENTE.


Ha rescatado del océano a más de 500 mujeres africanas con sus hijos o embarazadas, ha llevado a decenas de parturientas al hospital y ha sido como un padre para 200 niños. El sacerdote Isidoro Macías se quita mérito, aunque hasta la revista Time lo ha incluido entre sus héroes. Frente a los que lo critican por no respetar la Ley de Extranjería y atender a los `sin papeles´, es tajante: «La única ley es la del amor y ésa no me la he saltado jamás».




Ya le pueden poner radares al mar, como puertas al campo, que la desesperación no entiende de fronteras. La última oleada de pateras, con el buen tiempo de este cálido otoño, se ha cobrado nuevas víctimas. Ocho muertos y veinte desaparecidos frente al islote de Perejil. Y ya van 20.000 desde que el mar devolviese los primeros cadáveres de inmigrantes a las playas de Tarifa en 1983. «Demasiada tragedia, demasiada tragedia...», murmura Isidoro Macías, de 64 años, en la casa de acogida Virgen de la Palma de Algeciras. Nuevas rutas se han añadido a la tradicional del estrecho de Gibraltar: primero, desde Mauritania hasta Canarias; ahora, también de Argelia a Murcia, Valencia y Andalucía oriental. Y siguen llegando mujeres, casi todas embarazadas o con niños, en la creencia equivocada de que tener un bebé les da automáticamente el visado para quedarse en Europa. No es así. Pero lleguen en patera, cayuco o a bordo de balsas de juguete hay algo que no cambia: Isidoro Macías, si puede, les echará una mano. Y podrá, vaya si podrá... La fe mueve montañas, como a él le gusta decir. Por algo lo llaman el `padre patera´.


Calza sandalias y lo mismo lleva el hábito franciscano, con la cruz blanca al pecho que parece irradiar la luz protectora de un faro, que un delantal de cocinero o unas bermudas para `patearse´ las grandes superficies en busca de alimentos. Desde el año 2000 ha dado cobijo a unas 500 mujeres africanas; ha pisado el acelerador en su coche para llevar a decenas de parturientas al hospital y ha sido como un padre para 200 niños; ha cambiado miles de pañales, ha preparado biberones y potitos para un regimiento infantil; ha rellenado papeles para estas mujeres y sus hijos en juzgados y oficinas de Extranjería, donde ha hecho colas interminables como un inmigrante más. Fue uno de los héroes europeos para la revista Time y estuvo propuesto para los premios Príncipe de Asturias. Pero el día sólo tiene 24 horas y hay días que Isidoro no da para más. «Sólo soy un fraile que pretende vivir en la pobreza y ayudar a los demás. Soy de carne y hueso y llego donde llego. Una persona humilde que tiene un compromiso con los que llaman a su puerta. Ayudar te da unas ganas de vivir enormes. Así de sencillo.»


O de complicado, según se mire. Su vida no ha sido fácil. Hijo de minero, Isidoro Macías (Minas de San Telmo, Huelva, 1945) empezó a trabajar con 12 años. «Vendía cántaros de agua. Lo hacía por pura necesidad. Mi familia era muy pobre y éramos seis hermanos.» A los 16 años se marchó a hacer la mili. Fue destinado a Ceuta. Y allí, dando brillo al cetme y desvelado en las imaginarias, hizo amistad con Isidoro Lezcano. «Un hombre extraordinario, que cuidaba a drogadictos, prostitutas, alcohólicos, ancianos y enfermos incurables. Sentí tantas ganas de ayudarlo que me uní a él.» Juntos cofundaron la orden de los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca.


Vivió en Tánger, donde acogió a exiliados españoles en tiempos de la dictadura, y en Cáceres, donde cuidó de niños con discapacidad mental. «Jamás los olvidaré. Quien tenga un niño así sabe lo que digo: son ángeles vivientes, como tener un trozo de Cristo vivo en casa. ¡Qué feliz fui en aquellos años!» Estuvo en África y América Latina. Y por fin se instaló en Algeciras, primero atendiendo a ancianos y desahuciados. Luego, también, a sus «panochitas», como llama a las mujeres africanas, embarazadas o con bebés. «Aquí ayudar se ayuda a todo el mundo. Sólo que las mujeres con niños o embarazadas son doblemente víctimas», puntualiza.

Lo han criticado por no respetar la Ley de Extranjería, que prohíbe acoger a inmigrantes sin papeles. Macías se defiende. «De leyes no entiendo mucho. Además, las cambian cada poco. La única ley que me sirve es la del amor y ésa no me la he saltado jamás.» No obstante, la Policía lo deja hacer. E incluso lo ayuda. Recuerda que cuando empezaron a llegar las primeras mujeres en patera, hace nueve años, eran los propios agentes los que las llevaban al hogar de acogida de los franciscanos, para que no tuviesen que compartir cama con los hombres en cualquier polideportivo. «Y si algún día me detienen y me llevan a la cárcel, iré con mucho gusto. Rezaré y hasta puede que me saque una carrera. Como cristiano no puedo hacer otra cosa.» No obstante, sus ideas sobre la inmigración son realistas y nada ingenuas. «Sólo deberían venir a España inmigrantes con contrato para cubrir los puestos de trabajo que sean necesarios. Pero siempre con un contrato.» Y es partidario de legalizar la prostitución para evitar que las mujeres a las que acoge, casi todas nigerianas, caigan en las redes de las mafias. «Trafican con ellas. Las controlan allá donde van. Primero les prometen el paraíso, les adelantan un dinero y luego se lo reclaman por triplicado. Y hasta que no pagan no las dejan en paz. Las amenazan con matar a sus familias en Nigeria. De ahí que muchas acaben en la prostitución, buscando un dinero fácil y rápido. Hay muchachas que han tardado en llegar hasta aquí cuatro años. Cuatro años de caminar por el desierto, dormir a la intemperie y ser devueltas para atrás en las fronteras que iban encontrando. Algunas han sido violadas durante la travesía, extorsionadas y engañadas varias veces. Después, muchas han tenido que pasar meses enteros sin ver la luz en Tánger hasta reunir dinero suficiente para las mafias. Y luego la patera... Algunas suben sin haber visto el agua jamás. Lo tienen que pasar muy mal en sus países para soportar tanta humillación y tanto riesgo.»


Macías no hace proselitismo ni intenta convertir a las personas a las que ayuda. «Yo no predico. Sólo actúo con el ejemplo. ¡Aunque alguna sí se ha convertido!» Y cuando lo comparan con la Madre Teresa de Calcuta, se siente abrumado. «Ella es santa y a mí me falta mucho. Se trata de vivir el Evangelio, no sólo predicarlo, y si alguien dice que tiene hambre o sed, alimentarlo y darle de beber.» Además, derrocha un gracejo andaluz que le impide darse importancia. Le gustan la sencillez y las cosas claras: «Como San Juan de la Cruz le dijo a Santa Teresa: seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos menos».

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