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El coche más rápido del mundo alcanza los 547Km/h… pero vale $3millones

Safar Angooti y Amir Khalegi corren peligro inminente de ser ejecutados en Irán. Tan sólo unos días después de la ejecución de Delara Darabi.
Una mujer haitiana abandona la camilla en la que ha dado a luz para dejar su sitio a otra parturienta.
(Esta fotografía ha sido premiada con el premio Pullitzer 2009)
Madres Coraje
Texto: Alberto Sotillo
Foto: Patrick Farrell (Miami Herald)
Hospital de maternidad de Puerto Príncipe, Haití. Esta mujer que acaba de parir abandona la camilla en la que ha dado a luz para dejar su sitio a otra parturienta. Las plazas son contadas, y hay que darse prisa en parir. Se incorpora casi doblada por los dolores de parto. Una lágrima se desliza hasta casi rebasar el labio. La mujer no llora de emoción ni por ninguna otra cursilería que inventemos. Llora de dolor físico, del inmenso esfuerzo que debe hacer para ponerse en pie y salir del paritorio con el cuerpo aún quebrado. Su callado dolor se acompasa con la estoica tranquilidad con que las demás parturientas esperan a dar a luz en un decorado que no es precisamente de ensueño: papeleras a rebosar de paños y compresas, descascarilladas pértigas para el suero. No hay sábanas, sino una pañoleta doblada que apenas abarca las posaderas. Y el aire acondicionado es esa ventana entreabierta al tórrido calor del trópico.
Pero esta imagen es más que una denuncia de las sangrientas desigualdades de este mundo. Esa mujer partida de dolor y con las carnes abiertas irá caminando a casa, sin más anestesia que las lágrimas que le resbalan sobre el labio. Y como la cosa más natural del mundo, se drirá que ya ha pasado. Que ha sido un parto como cualquier otro. Hay mucho que cambiar, mucho por lo que luchar en lugares como Haití. Pero hay también mucho que aprender de mujeres como éstas. Es necesaria la lucha contra la injusticia. Estas madres tienen derecho a parir en una clínica como Dios manda. Pero hay también mucha grandeza en el estoicismo con que hacen frente al irremisible dolor con que llega la vida y que nos acompañará para el resto de nuestros días.
Nuestra civilización del bienestar gusta de soñar con el espejismo de un mundo sin dolor. Una peligrosa ilusión. Ni el dinero ni el poder ni una magnífica programación de televisión nos van a librar del dolor con que nos sorprende tantas veces la vida. En eso nos aventajan estas mujeres. Ellas saben que el dolor existe, y que no hay que asustarse de que así sea. Y no dejarán de parir, de caminar aunque el cuerpo se doble, de crear una familia, de ver crecer a sus hijos, de amar y de morir, por más que duela.
Navidades, Reyes y rebajas son las fechas más propicias para gastar y gastar, y los centros comerciales han sido los lugares elegidos por la mayoría. Horas y horas empleadas recorriendo arriba y abajo esos inacabables pasillos poblados de tiendas, cines, supermercados, cafeterías..., todo un mundo en miniatura. Pero un mundo lleno de tretas para seducir al inocente consumidor, ajeno al sinfín de recursos desplegados por los comerciantes para lograr que comprar parezca la más sencilla de las tareas. La luz, los aromas, los carritos, la agrupación de las tiendas o la pregunta aparentemente inocente de los empleados son algunos de ellos. Casi nada queda al azar en estos paraísos del consumismo.
En el inconsciente colectivo de los gallegos, el drama de la emigración tiene una imagen muy precisa: un hombre con el rostro crispado por la pena acurruca el rostro lloroso de un niño al que aferra pasándole el brazo por el cuello.Es una fotografía tomada en 1957 en la estación marítima de A Coruña. El hombre y el niño lloran por unos parientes que acaban de embarcarse rumbo a América.
Las fotografías que Manuel Ferrol hizo en noviembre de 1957 a los emigrantes que embarcaron en el Juan de Garay recorrieron las principales galerías del mundo. “No siempre con mi nombre —se quejaba amargamente Manuel Ferrol—. El escritor Blanco Amor las firmó en Buenos Aires como suyas”.
Ferrol nació casi literalmente en el mar. Su primer hogar fue el faro de cabo Vilán, en Camariñas (A Coruña), el corazón de la Costa da Morte, donde trabajaba su padre. Luego se crió en Vigo y se instaló más tarde en Betanzos, cerca de A Coruña. Según contaba él mismo, su afición por la fotografía había nacido de la impresión que le causaron las imágenes de los cadáveres tirados en las cunetas durante la guerra civil. En Betanzos montó un estudio y empezó a trabajar como reportero para TVE y el Nodo. Fue en 1957 cuando el Instituto Español de Emigración le encargó un reportaje sobre los miles de gallegos que tomaban los trasatlánticos en el puerto de A Coruña para buscar una nueva vida en América. Y la cámara de Ferrol quedó hipnotizada con aquel drama desgarrador de las familias que se separaban.

En 1984 regresa a Argentina con su nombre consagrado, donde ofrece un recital en el Luna Park , espacio reservado para los grandes, siguiendo Mar del Plata, donde cada noche cantaba para seis mil personas. En 1987 llenó el estadio de Fútbol de Ferrocarril Oeste, en Buenos Aires, con capacidad para cincuenta mil personas
-"Un día un hermano le preguntó a mi madre: ¿Cómo se yo lo que Dios quiere para mi vida?Si Dios es amor hijo, cuando estás haciendo lo amado es lo que Dios quería.
- "Gandhi decía: por bello que sea el amor, si tengo que elegir entre amor y libertad me quedo con la libertad porque el amor alguna dependencia me va a crear sin embargo la libertad me permite todo, incluso el encuentro con el amor"
- "Borges decía: Somos lo que somos y lo que cada uno cree que somos"















Una de las mejores adaptaciones que ha hecho el cine español de un libro es “La lengua de las mariposas”. Dirigida por José Luis Cuerda , con un guión adaptado por Rafael Azcona y con la impecable interpretación de Fernando Fernán Gómez el film refleja perfectamente todos los elementos que hacen del libro en el que se basa, ¿Qué me quieres amor?, una lectura imprescindible para los amantes de la buena literatura.