lunes, 23 de noviembre de 2009

IRÁN, LA TENSIÓN AUMENTA.


La nación iraní lleva adelante un enorme juego de guerra destinado a demostrar al mundo que sus fuerzas militares están listas para defender las instalaciones nucleares de un eventual ataque. A pocos días de los ejercicios que por su parte hicieran Estados Unidos e Israel, la luz de esperanza por la resolución pacífica de esta crisis comienza a apagarse. El mensaje contundente y catastrófico sobre lo que están dispuestos a hacer ambos bandos de este conflicto parece ser la última carta para evitar el peor de los finales. Un final que sólo puede representar el comienzo de algo aun más peligroso e incierto.


Al mismo tiempo que Estados Unidos, Rusia, China y otras potencias europeas estudian qué sanciones aplicarán contra Irán por no frenar su desarrollo nuclear, las fuerzas armadas iraníes llevan adelante uno de los mayores despliegues militares de los últimos años. Es el segundo de un total de cinco días, donde principalmente se lanzarán todo tipo de misiles tierra-aire para demostrar a quienes estén planificando un ataque aéreo contra su territorio, cuál es su poder de fuego.

El general iraní Ahmad Migan habló ante la prensa de su país y no dejó lugar a dudas. Estos ejercicios se llevan a cabo para demostrar que Irán esta preparado para defender sus centrales atómicas.

Como sucedió con los ejercicios entre fuerzas estadounidenses e israelíes, lo de Irán es parte de una prolongada guerra psicológica. Esta parece ser el arma más poderosa, hasta el momento, utilizada tanto por los iraníes como por los israelíes y estadounidenses.

Cuando la luz parecía comenzar a brillar, el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad se negó a aceptar la propuesta de enviar el uranio enriquecido a un tercer país para su procesamiento y así despejar los temores sobre su capacidad de fabricar una bomba nuclear.

La respuesta de Obama fue rápida. El 15 de noviembre, junto a su par ruso y al mejor estilo George W. Bush advirtió que el tiempo se está acabando.

Dos días después, siguiendo la política de los mensajes indirectos, parado sobre un submarino supuestamente capaz de lanzar un misil nuclear, el premier israelí Benjamín Netanyahu llamó la atención sobre el peligro de un Irán con capacidad de construir bombas atómicas.

A esta altura de la crisis ya nadie parece discutir en cuanto tiempo el régimen iraní podría construir esta bomba ni si es verdad que técnicamente esté capacitado para hacerlo. Quienes amenazan con adoptar una salida militar contra Irán parecen haber dado todos los pasos en este camino de no retorno.

Mientras Israel perfecciona su sistema antimisiles, para al menos frenar las amenazas de posibles ataques iraníes contra ciudades como Tel Aviv, desde Teherán se quejan por el retraso ruso en la entrega de los poderosos misiles S300, capaces de abortar en gran parte, un ataque masivo por aire por parte de Israel.

Las fichas de este peligroso ajedrez siguen moviéndose sobre el tablero, pero la realidad de los acontecimientos se impone sobre los discursos. Nadie confía en que las futuras sanciones políticas y económicas atemoricen a Irán, y es quizás por esta razón que la guardia revolucionaria, la elite, de las fuerzas militares iraníes ya se preparan para el siguiente paso: un ataque militar contra sus bases atómicas. Las que ya se hicieron públicas y las que -desde la Agencia Atómica de las Naciones Unidas- se teme estén escondidas bajo tierra de manera aún secreta.

Al mismo tiempo que todos se alistan para la guerra, el mensaje contundente y catastrófico sobre lo que están dispuestos a hacer ambos bandos de este conflicto parece ser la última carta para evitar el peor de los finales. Paradójicamente, una conclusión de la crisis atómica en esos términos, lejos de ser un final representará el comienzo de algo aun más peligroso e incierto.


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